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«Amor» en chino

Bajo el cerezo, la caída de los pétalos parecía una lluvia tenue, blanca y rosada. Él apoyaba su espalda contra el tronco nudoso, ella estaba a pocos pasos, bajo la sombra de las ramas. A pesar de la intensa corriente de emociones que había entre los dos, ninguno de ellos lo demostraba. Sus rostros estaban serenos, como de piedra, y sus ojos permanecían empecinados, clavados en el suelo. Hablaban en susurros.
— Mi maestro me enseñó hace años que lo que nosotros entendemos como realidad no es más que un engaño. Lo que para ti es blanco, quizás para mí sea negro, pero nuestro idioma no llega a transmitir esa diferencia. Es por eso que nunca podremos llegar a conocer nada realmente. ¿Cómo puedo saber quién eres, si no puedo confiar en lo que ven mis ojos y escuchan mis oídos? ¿Cómo puedo amarte, si no sé quién eres? La única verdad está en el interior y se alcanza a través de la meditación. Todo lo demás son mentiras, engaños, trampas del mal para impedirnos alcanzar la paz y la sabiduría. El amor no existe. El amor es sólo una mentira que nos aleja de la senda iluminada.
Ella no dijo nada. Pasó el tiempo. Los pétalos cayeron y el sol incendió de rojo el cielo. Finalmente, ella se decidió. Avanzó cautelosamente, sintió cómo el otro se tensaba, presa de los nervios. Lo que estaba por hacer iba en contra de todas las normas que imponían el decoro y la buena educación, pero no le importaba. Se plantó delante de él, lo obligó a mirarla tomándolo del mentón y le dio un beso.

— Yo igual te amo.