Cada vez que cae sobre el horizonte –y sobre mis ardorosas retinas- la
luz incierta del ocaso, te recuerdo caminando bajo la arboleda.
Recuerdo la brisa que jugaba con tu cabello, el olor dulce de la
hierba húmeda en tus pies, recuerdo tu voz entonando cierta melodía
que ahora esquiva a mi memoria. Recuerdo que, a medida que la noche
caía sobre nuestras cabezas y el cielo se iluminaba de estrellas
indiferentes, del mismo modo tu rostro se volvía frío y tus gestos más
distantes.
Quizás vos me hayas dejado, pero yo no voy a dejarte nunca. Aunque
duela tenerme que tragar para siempre palabras de amor inconfesables,
aunque tenga que poner sobre mi rostro una máscara de hipocresía,
aunque tenga que decirle al mundo que soy feliz cuando no podría estar
más triste; no voy a renunciar jamás al privilegio de adorarte.
Y es que uno no renuncia al amor por más que duela. Eso es de
cobardes. Pero vivir así, callando para siempre un dolor que te
incendia el pecho, y no admitir nunca la tristeza que vive encerrada,
eso es honrar de verdad lo que alguna vez sentimos. Porque cada vez
que te dije que te amaba, lo dije en serio. Y cuando te dije que mi
vida estaba a tu lado, también hablaba en serio.
No sé qué será de vos ahora, no quise preguntar nunca. Es inevitable
que cada tanto me llegue alguna noticia. Has pasado por noviazgos
sucesivos, pero al menos todavía no me llegó la noticia de tu boda. Si
descubrís una esperanza escondida en estas palabras, estás en lo
cierto. Por más que mi mente ya comprendió que nunca vas a quererme,
mi corazón se niega a olvidar y seguir adelante.
Sin embargo, el mío es un amor pasivo, que no actuará nunca. Jamás le
diré a nadie de quién estoy enamorado. Jamás sabrá persona alguna por
qué cada tanto se asoma a mi rostro la sombra de una pena profunda. No
quiero molestar a nadie con llantos inútiles, quiero mantener mi
dignidad y aceptar la realidad con entereza. Pase lo que pase, haga lo
que haga, vos no me vas a amar nunca. Como dice Serrat, nunca es
triste la verdad… lo que no tiene, es remedio.
Sí, me han visto besar a otras mujeres, me han visto reír y pasar la
noche despierto con mis amigos, desternillándonos por alguna broma
estúpida y sin sentido. Me han visto hacer locuras por mujeres de las
cuales no recuerdo ni el nombre, me han visto pelearme por defender el
honor de más de alguna prostituta. Vivo, en la medida de lo posible,
una vida normal para alguien con mis defectos. Pero eso no es porque
te haya olvidado. Es porque disimulo, sencillamente, para no vivir
llorando.
Pensarás que rompo este pacto de silencio al escribir estas líneas,
pero no es así. Sé que no las leerá nadie, y si alguien se decide a
leerlas, nunca adivinarán la verdad detrás de esta historia. Porque
hay rincones de mi corazón que no han visto la luz nunca… y nunca lo
harán.
Ya es noche cerrada y hago lo que no debe hacerse: me quedo con los
ojos abiertos mirando al abismo. Siento cómo se retuercen en mi
interior los demonios que habitan mi mente, siento cómo la locura
sigue corroyendo poco a poco los pilares de mi cordura.
No sé en qué pensaba cuando dejé que me mordieran, estoy harto de
tener sed de sangre. Estoy harto de no poder mirar el rayo último del
sol sobre las montañas sin que me ardan los ojos y la piel. Estoy
harto del frío, pero sólo me calienta la sangre, y aún me cuesta
disfrutarla. Estoy harto de no recordar cómo era mi rostro y de no
poder verlo en ninguna parte. Cosas que no te explican, cuando decidís
convertirte en esto que soy ahora.
Pero lo hubiera hecho de todas formas. No sé qué pasa cuando uno
muere, no sé si se puede amar en la otra vida, pero no voy a
arriesgarme. Vivo –o casi-, te amo.Y yo te dije que iba a amarte para siempre.