Jerry movió los hombros para acomodarse el traje y distribuir mejor el peso del casco. Le parecía increíble que, después de décadas de exploración espacial, todavía tuvieran que depender de equipamientos tan incómodos. Aquellas cosas, pesadas y engorrosas, venían siendo usadas por miles de hombres y mujeres a lo largo y ancho de toda la galaxia durante las últimas cuatro o cinco generaciones. Al parecer, nadie era capaz de inventar una alternativa mejor.
Hizo una última prueba barométrica antes de abrir la escotilla. Con su sistema de temperatura y aire propios, el traje estaba sellado a la perfección para impedir que cualquier cosa en el exterior entrara y cualquier cosa en el interior saliera. Era como estar dentro de un universo hecho a medida, y completamente independiente. El testeo dio resultados perfectos, y él accionó la manivela. El módulo de exploración se abrió. Jerry se encontró mirando un mundo que era, a un mismo tiempo, extraño y familiar.
Plantas exóticas en apariencia, pero similares en cuanto metabolismo y constitución, inundaban su campo visual. Tal como las plantas de la Tierra —hacía años que no la veía, pensó Jerry—, aquellas especies obtenían energía de la fotosíntesis. Según el espectroscopio, también estaban formadas por carbono, hidrógeno, oxígeno, nitrógeno y fósforo, como las de casa.
Antes de descender a la superficie, Jerry había analizado el planeta con los sensores de largo alcance y no había encontrado nada extraño. Todo parecía indicar que era un lugar apto para que lo habitaran los seres humanos. Sólo faltaba tomar algunas muestras de suelo, aire, agua, y plantas locales para detectar posibles elementos nocivos. Sin embargo, el planeta aún no tenía nombre propio. Encontraban tantos que la norma era sólo bautizar a aquellos donde se hubiera asentado una colonia. El resto eran llamados Potenciales. Aquel era el Potencial J-N-32. Es decir, el mundo potencial número 32 descubierto por Jerry Nunn.
Casi todos los Potenciales eran finalmente descartados porque, a pesar de tener características generales similares a las de la Tierra, el ecosistema local poseía algún elemento capaz de hacer estragos en el organismo humano. Había miles de millones de tipos de bacterias, virus, hongos y toxinas en el universo para los cuales la humanidad no tenía ni la más mínima protección. Por el momento, sólo quince mundos en el espacio conocido habían superado todas las pruebas y, de ellos, sólo seis sostenían pequeños asentamientos humanos.
El más habitado de todos era Ámbar, el mundo descubierto por su padre hacía casi cien años. Lo habían llamado así porque desde el espacio parecía una esfera de miel. Su color se debía a la masiva presencia de una especie de planta, que fue bautizada como ambrosía. Este vegetal se había convertido en el alimento más popular del universo, ya que su valor energético y nutricional era cercano al 100%, lo cual quería decir que, si no fuera por su gusto insípido, una persona podría vivir toda su vida comiendo sólo ambrosía, sin necesidad de nada más, ni siquiera de beber agua. En Ámbar no se habían desarrollado especies animales de ningún tipo, por lo tanto, no había ningún microorganismo nocivo para la humanidad. Las bacterias necesitan un medio para desarrollarse, de hecho, las peores plagas que azotaron a la humanidad fueron mutaciones de enfermedades animales. Ámbar era un planeta de un tamaño similar al de Marte donde no había ni un sólo mar, ni un sólo río, pero era casi todo ciénaga, el medioambiente ideal para la ambrosía. Por lo tanto, un 90% de la superficie de Ámbar era biósfera, y un 99% de esa biósfera era ambrosía. Aquel era el mundo ideal: sin enfermedades, sin especies agresivas, y repleto de alimento. La cúspide absoluta en cuanto a la exploración espacial. Nadie esperaba encontrar algo mejor que Ámbar allá afuera.
La ambrosía había terminado con las necesidades alimentarias de toda la humanidad, pero aún así, el padre de Jerry había sido asesinado. Nunca se pudo probar, pero seguramente su muerte se debió a disputas en torno a la comercialización del alimento.
—¿Estás bien? —oyó Jerry que le decía alguien al oído. Era la radio. Le estaban hablando desde su nave. Era el piloto nuevo… Mok. Si, ese era su nombre: Mok. Jerry odiaba los nombres de moda.
—Sí, todo bien. Me perdí en mis recuerdos. Ya tomé las muestras, las envío.
Jerry cerró el tubo compartimentado que tenía en la mano y, luego, sacó del bolsillo un pequeño compresor y un enorme globo. Presionó un botón y liberó una carga de helio que hinchó al instante el balón. Ató el recipiente al mismo, lo soltó, y éste se perdió en las alturas. Su nave lo recogería un par de horas después para analizar el agua, aire, suelo y hojas locales en busca de bacterias, virus y toxinas. Jerry podía seguir explorando durante algunas horas, mientras el laboratorio hacía los análisis.
Cerró su micrófono. Tenía tendencia a hablar solo cuando se distraía, y más de una vez había terminado en ridículo. Circulaban por la flota grabaciones de él cantando desafinadamente mientras andaba por mundos distantes y hostiles. Por suerte no era el único, a muchos exploradores les pasaba lo mismo.
Un rato más tarde, mientras exploraba una arboleda, llegó a un claro. Un sol extraño arrojaba rayos oblicuos sobre él, encendiendo la bruma que flotaba en el aire. Se parecía mucho a una mañana en cualquier arboleda de la Tierra.
Se obligó a concentrarse y regresar al protocolo. Tal como anticipaban los cálculos hechos en órbita, la gravedad era de 1,003 G, apenas superior a la de la Tierra. Había nubes formadas por vapor de agua, ríos, lagos y arroyos. La temperatura media era de 15ºC, algo fría, pero tolerable. Desde la órbita había visto que el único océano ocupaba casi la totalidad del hemisferio norte. En ese mundo, había un sólo continente rodeado de islas. Aún no había señal alguna de fauna local, lo cual era una buena señal.
Salió de la arboleda y se adentró en una pradera cubierta por una especie bastante similar al trigo, que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Avanzó con cuidado, después de todo, era precisamente en ambientes como aquel en donde cazaban antaño los tigres de la Tierra. Podía haber algún gran depredador agazapado contra el suelo y él no lo vería hasta que fuera demasiado tarde. Accionó un control y puso el casco en modo de visión infrarroja. Todo aparecía en tonos de verde y azul, lo cual era normal: casi todo estaba a temperatura ambiente. Pero, podían existir formas de vida peligrosas de sangre fría. Avanzó con cuidado.
Entonces sucedió: chocó contra algo. Un objeto invisible le cortaba el paso. Apoyó su mano e hizo presión, pero aquello no cedía. Cuando lo tanteó, descubrió una superficie perfectamente recta, como un muro. No había variaciones perceptibles en la forma. La textura, con los guantes del traje, era imposible de distinguir. Apoyó ambas manos, e hizo fuerza hacia adelante. El objeto era más pesado que él, y perdió apoyo antes de lograr moverlo.
Le empezó a entrar pánico.
La estructura era, sin duda, artificial. Quizás era un edificio camuflado con alguna tecnología muy avanzada, o algún tipo de campo de fuerza. Fuera lo que fuera, era evidente que había sido construido por alguien. Ese mundo estaba habitado por seres inteligentes.
La humanidad, hasta ahora, nunca se había topado con algo así. La forma de vida extraterrestre más compleja hallada hasta ese día era el Silverano, una especie de lagarto que habitaba los lagos de Potencial R-W-2.
Jerry trató de calmarse y de pensar. No habían detectado nada desde el espacio: no había carreteras, luces, ni construcciones. No había emisiones de radio, ni de calor. No había satélites artificiales en órbita. ¿Podía ser que él estuviera equivocado, y que fuera un fenómeno natural? Jerry no lo creía.
—Tu pulso se aceleró —escuchó que le decía en el oído Mara, la jefa médica de la nave—. Bueno, de hecho, tenés todos los síntomas asociados con el estrés. ¿Qué te pasa?
Jerry odiaba el control constante desde la nave. Se negaba a transmitir imágenes en vivo, porque implicaba que, todo el tiempo, le estuvieran preguntando o sugiriéndole cosas. Pero el control médico constante no se podía evitar, y era como tener un detector de mentiras conectado al cuerpo todo el tiempo.
—Estoy investigando algo, te aviso si saco alguna conclusión. Estoy bien, no te preocupes —dijo.
—Estás mintiendo —respondió Mara. —¿Por qué estás mintiendo? Conectá la cámara ahora mismo. Quiero que podamos ver lo que ves.
Jerry obedeció. Giró sobre sí mismo para mostrarles el paisaje: una pradera inmensa, y una arboleda un poco más allá. Nada más. La estructura invisible, por supuesto, no era captada por la cámara.
—Por ahí se tropezó y no quiere admitirlo —escuchó que decía Mok. Él y Mara estaban en distintas partes de la nave y también se comunicaban por radio.
—Jerry, quiero que me respondas ¿estás en alguna especie de peligro? —preguntó Mara.
—Siempre —dijo Jerry—. De eso se trata la exploración espacial. Estoy en un planeta del que prácticamente no sabemos nada, así que sí: seguramente esté en grave peligro. Pero nada que no pueda manejar. Ya te dije: te informo cuando termine de investigar. Dedicate al análisis de las muestras que te envié.
—Todavía no llegaron —respondió ella, tozudamente.
—No me hagas recurrir a la cadena de mando, Mara. Te estoy pidiendo que confíes en mí. Si hay algo que informar, lo voy a hacer. Me fastidia que estén atrás mío como si fuera un nene, y lo sabés. Soy el líder de esta expedición, y tengo más horas en el espacio que cualquiera de ustedes. Confíen en mí.
Mara cerró la comunicación sin responder. Jerry desconectó la cámara y cerró el micrófono. Respiró hondo y empezó a caminar con la mano apoyada en el objeto invisible, siguiendo su contorno. Caminó casi diez minutos sin encontrar ninguna variación. Aquello era perfectamente liso, y enorme.
Necesitaba más información, por ejemplo, la altura. Quizás podía pasar por encima. Buscó en el suelo, pero no había nada, ni piedritas ni nada parecido. Volvió a la arboleda y arrancó de una planta unas cosas parecidas a avellanas. Tenían suficiente masa como para usarlas a modo de proyectiles. Volvió hasta el muro invisible y las tiró. Apuntó a tres metros de altura, a cuatro y a seis. Todas rebotaron. Finalmente, arrojó una casi en línea recta, hacia arriba. El objeto alcanzó su altura máxima, y cayó. Se detuvo a unos nueve metros de altura y se quedó ahí, levitando en el vacío. Aquella cosa invisible tenía, al menos, tres pisos de alto.
Necesitaba saber más. El módulo de exploración tenía un depósito de unos doscientos litros de agua y capacidad de movilidad aérea. Decidió sobrevolar la zona y derramar el líquido sobre la estructura. Eso le daría una idea de la forma del objeto. Podría saber si era sólo un muro, o una construcción.
Volvió al módulo y lo encendió. Al instante, lo llamaban por radio otra vez.
—Detecto el módulo encendido, ¿sos vos? —preguntó Mok.
—No —dijo Jerry, con desprecio—. El módulo cobró vida. Decidió irse solo y buscar la libertad. Es la revolución de las máquinas.
»Por supuesto que soy yo. Quiero recorrer una zona más amplia. Ya agoté lo que la exploración pedestre puede ofrecernos.
—Bueno, estamos de mal humor. Jerry, entiendo que estás haciendo tu trabajo y no querés interrupciones, pero es mi obligación establecer contactos periódicos y monitorear tu situación. No hace falta ponerse agresivos, ¿no te parece?
—Sí, tenés razón, disculpá. Voy a dar un pequeño vuelo a ver si encuentro algo interesante, nada más. Está todo en orden.
—Bien —dijo Mok, y cortó.
Jerry emprendió vuelo. Había marcado la posición del objeto invisible —e indetectable, pensó— dejando junto al muro unas ramas. Arrojó el agua, y se espantó. Pudo ver claramente cómo se formaban cataratas sucesivas. Aquello era una construcción escalonada y enorme, de casi cien metros de altura.
—El análisis es negativo —bramó la radio y a Jerry casi se le para el corazón del susto—. Si te sacaras el casco caerías muerto al instante. Es el aire, está lleno de unas pequeñas bacterias totalmente voraces. Destrozaron una muestra de tejido humano en menos de tres segundos. Probablemente sea la enfermedad más mortal descubierta hasta ahora. Felicitaciones —dijo Mara.
Jerry supo a qué se refería: la muestra iba a ser conservada y llevada a la Tierra. La información genética de esas bacterias se utilizaría luego para estudiar las vulnerabilidades de la raza humana y mejorar sus defensas. Quizás, algún día, otros hombres, inmunes a esa enfermedad, caminarían sin protección alguna por ese mundo. Las especies particularmente agresivas eran muy apreciadas por la comunidad científica, porque suponían un avance más rápido en la búsqueda de la Inmunidad Completa, el ideal del hombre incapaz de enfermarse, o de morir.
Pero, hoy en día, la prioridad era encontrar planetas como Ámbar, que pudieran albergar vida humana sin mayores sacrificios. Había tantos mundos que no valía la pena preocuparse por aquellos cuya biología era tan poco hospitalaria. El protocolo exigía que, de inmediato, Jerry regresara a la nave para avanzar hacia el siguiente mundo potencial. Pero él quería seguir investigando la estructura invisible. Tenía que tomar una decisión. O partía de inmediato, o informaba su hallazgo.
Pero entonces pensó en su padre. Su descubrimiento había sido el más importante en la historia de la exploración espacial: un mundo lleno del alimento perfecto. Y lo habían asesinado. La tecnología capaz de volver indetectable a una estructura era algo que bien podía justificar un asesinato o dos.
Jerry decidió no decir nada, y regresó a la nave.
Una semana más tarde, Mara entró en su camarote hecha una furia. Ni siquiera se molestó en llamar.
—La bacteria de Potencial J-N-32 ya había sido descubierta. La hallaron en M-B-4 y en A-R-10. Nos quedamos sin el premio.
—¿Están seguros de que es la misma?
—Son idénticas. Y no sólo eso: todas las bacterias son idénticas, las que encontramos nosotros y las que encontraron ellos, cada uno de los seres unicelulares es en todo igual al siguiente. Son clones perfectos.
—¿Una especie artificial?
Mara lo miró como si hubiera dicho la cosa más absurda del universo.
—No. Una especie con un sistema de reproducción perfecto, nada más. Es evolutivamente posible.
—¿Y que se encuentre en tres mundos distintos, separados por centenares de años luz de distancia? ¿En un planeta donde no hay especies animales?
—¿Estás sugiriendo que alguien creó esa bacteria y que la está diseminando por ahí?
—No sé. Necesito las bitácoras y los registros de Potencial M-B-4 y de A-R-10.
Jerry se pasó una semana leyendo los documentos, pero no encontró ninguna alusión a paredes o estructuras invisibles. Sin embargo, los tres planetas tenían algo en común: carecían de vida animal evolucionada y eran, si no fuera por la presencia de esa bacteria, hábitats perfectos para la especie humana. Una idea iba creciendo en su mente, pero se resistía a aceptarla. Las consecuencias, si tenía razón, eran inmensas.
La primera teoría, y la más probable, era que alguna facción de la humanidad, alguna empresa de exploración o algún grupo independentista, estuviera explorando mundos potenciales en secreto, violando los tratados y las zonas asignadas. Quizás habían desarrollado de alguna forma naves invisibles e indetectables para ir por ahí a su antojo, sin que nadie lo note. Habían desarrollado una enfermedad mortal para la cual sólo ellos tenían la cura y, cuando llegaban a un planeta potencialmente habitable, la soltaban, y esperaban. Una nave de exploración como la de Jerry descendía ahí, detectaba el microorganismo y se iba. Podían pasar siglos hasta que alguien volviera a pasar por ese sistema. Para entonces, el mundo potencial ya habría sido limpiado de la bacteria y estaría listo para ser habitado. Con esa estrategia, podían desarrollar un verdadero Imperio Galáctico, independiente al resto de la humanidad, sin que nadie sospechara nada.
Pero también cabía otra posibilidad: Jerry sospechaba que esa tecnología de camuflaje era demasiado avanzada para el nivel de conocimiento científico actual de la raza humana. Lo cual sólo podía implicar que la nave era de origen extraterrestre. Si tenía razón, entonces había otra especie inteligente en la galaxia y buscaba, al igual que los humanos, mundos para habitar.
Sea como fuera, el inventor de la enfermedad de J-N-32 tenía motivos de sobra para asegurarse de que nadie supiera la verdad.
Y Jerry se acordó de su padre, por eso no dijo nada.