-Hay momentos en que el destino se vuelve transparente.
-Esta noche me di cuenta de que todos los rostros que imaginé, tanto de príncipes como de ogros, de dragones y caballeros, de demonios, de monstruos y de mil calamidades más no eran más que mi propio rostro, que cambia a través del tiempo.
-Mis relatos tienen más fe que yo mismo. (O quizás, simplemente, soy tan inútil -o tan cobarde, o tan perezoso- que no puedo expresar mi propio escepticismo).
-La música me hace escribir. Es como si me resucitara el alma. A veces no sé quién soy, por semanas y semanas, hasta que alguna canción me lo recuerda y me dan ganas de escribir de nuevo. Lástima que siempre escribo las mismas cosas.
-Es más fácil escribir cuando lo hago pensando que nadie va a leerlo.
-Ya he crecido lo suficiente como para disfrutar a Borges. Hace diez años era tan soberbio como para decir que no me gustaba. Supongo que en realidad, no lo entendía.
-Lo que más nervioso me pone de las fiestas es dejar mi libertad en manos insospechadas. Son otros los que deciden la sucesión de momentos de comida, baile, fotos, velas y recuerdos. Incluso, abundan las coreografías en las que toda individualidad es suprimida y las multitudes se mueven siguiendo un mismo patrón. Algo parecido, pero peor, sucede en Misa. Es curioso que ambas situaciones –las fiestas y las Misas-, sean escenario de mis más brutales epifanías. (Alguna vez he escuchado, en referencia las Misas, la expresión “Fiesta del Señor”).