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Jaula

Hubo un árbol de caucho, encerrado en una maceta de cemento; rodeado de un patio pequeño de gastadas baldosas rojas. El cielo plomizo se abría sobre ellos, en medio de paredes blancas y escaleras prohibidas; rodeados de gritos de niños y de adultos confusos e imprevisibles. El niño se sentía solo.
Luego vino el perro, la mudanza y el potrero. Las largas tardes a solas, y las historias entretejidas entre las tejas de un techo que ya se vino abajo hace muchos años. Fue la época del dolor, del miedo, de la soledad… pero también la de la esperanza. La época de gritarle al cielo hasta quedarse con la voz ronca, y que el cielo, como a Job, le respondiera.
Luego vinieron los amores con dientes, que lo destrozaron y lo dejaron vencido. Golpe tras golpe, la vida lo puso en su sitio: al fondo de todas las esperanzas y más allá de todas las ilusiones.
De alguna forma, logró trepar desde ahí sólo. Él estaba fuera, pero no sus historias: las historias habían quedado atrapadas en una jaula de hierro y apenas lograban asomar los dedos fuera.
No fueron los besos, ni los abrazos… fue la paciencia. Tú paciencia, que abrió la jaula y dejó salir a Emil y a todos los demás.

No me pierdas la paciencia, que todavía quedan muchas más historias.