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Sed de Venganza

De pie sobre una tierra arrasada, con el calor del viento golpeándole el rostro y las nubes de polvo y ceniza tratando de meterse por su garganta hasta sus pulmones, un sobreviviente triste mira lo que alguna vez fue su natal aldea. Trata de recordar, de adivinar acaso, por las débiles figuras que aún se distinguen en el suelo, el antiguo emplazamiento de casas y jardines, de templos, de soberbios edificios y modestos monumentos. Se da cuenta de que lo ha perdido todo, pero no tiene ni el ánimo ni las fuerzas que requiere el llanto. Simplemente harto de la vida, se queda ahí, dejando que las sensaciones que lo dominan se encarguen de terminar de asesinarle el alma. Pero cuando está a punto de tocar fondo en el negro abismo de la locura, algo lo despierta. Es como un latigazo, como un cachetazo del Destino. Y se llama Sed de Venganza.
Toma lo único que le queda, la punta de una lanza quebrada, y mira al horizonte.  Aún se puede adivinar a lo lejos la polvareda que van dejando atrás los invasores. Antes no peleó, no tuvo la valentía, y ahora se arrepiente. Quiere enmendar su error, pero, más que eso, quiere ver correr sangre.
Corre a pie un buen trecho, hasta quedarse casi sin fuerzas. Algún dios juguetón decide animarlo a más y le deja en el camino, como un providencial regalo, un caballo perdido. Lo monta a pelo y le imprime su odio en las ancas. El animal se devora el camino.
Pasa horas persiguiéndolos, por la llanura que se extiende como un derroche de nácar hasta el infinito. Siente, en el rincón más profundo de su conciencia, que el terror se agita como una fiera en la jaula en la que su determinación lo ha confinado. No quiere pensar para no darle espacio al pavor de que crezca. El cielo se empieza a oscurecer.
A medianoche decide frenar, sólo para no matar al caballo y quedar varado en medio del desierto. Duermen tirados en el suelo, uno cerca del otro, y los visitan los fantasmas de la inmensidad y el desamparo. Cuando clarea, como animado por un resorte, el Vengador se pone de pie y reanuda la marcha. Ya casi los tiene a tiro.
A la vista de la hueste enemiga, su empresa se revela en toda su imposible inmensidad. Se enfrenta sólo a cinco centenares de hombres, y la única carta a su favor es la sorpresa. Sin embargo, no busca matarlos a todos ni tampoco sobrevivir. Sólo busca matar a uno, al que lleva la piel de león sobre sus hombros y que fue el que violó a su hermana. A los demás, ya los castigarán los demonios cuando se les acabe la suerte.
El tipo es confiado cuando está rodeado por la tropa, y a veces se va sólo a mear por ahí o a echarse unas pajas. Lo sabe porque los sigue durante días, siempre escondido a la distancia, pero con la mirada más atenta que la de un halcón famélico. Está esperando la oportunidad perfecta, porque sabe que va a haber una sola. Una semana más tarde, le parece que la encuentra.
Al de la piel de león le toca hacer la guardia, y se aburre metiendo un palo en la tierra mientras pasan las horas. Los demás duermen, o eso le parece a él, y la luna está llenísima en el firmamento. El Vengador se apresta para el galope de su vida, se aferra fuerte a la media lanza que le queda y fija los ojos en el objetivo. Arranca así la carrera, pero su garganta lo traiciona y lanza un grito de guerra que arruina todos sus planes. En un segundo, están todos los guerreros de pie y con sus armas. Le llueven flechas, pero él no arruga. Sigue avanzando a pesar de todo, sintiendo lejanas las heridas, sintiendo ajena la sangre que le empieza a empapar las piernas y le corre como reguero hasta los tobillos. No hace caso de las lanzas que le pasan rosando, de las piedras que rebotan sobre el cuero del caballo, del calor del fuego que se intensifica. Sólo mira a su enemigo, y sigue avanzando.
Arroja el dardo y lo ve volar. Ve cómo se agigantan los ojos del perverso, cómo sus manos comienzan a levantarse en un intento inútil de proteger el pecho. El acero penetra la armadura, penetra la carne y quiebra los huesos. Lo atraviesa de lado a lado, justo en el corazón y lo ve agonizar mientras él mismo pierde la conciencia.
En el último segundo, sintiendo que la fría Muerte ya se lo lleva, vuelve a pensar en su hermana.

Pero nada de lo que haga le devolverá ni el honor ni la vida.